Viajar
no significa sólo desplazarse de un sitio a otro con más o menos placer; es
sobre todo la relajación de las rutinas. En mi caso, la pérdida del sentido de
la actualidad. Así es normal que no caiga en que es domingo, 14 de abril,
aniversario de la II República ,
hasta que, subiendo por la calle Obispo Orberá, a lo lejos, una bandera republicana
me centre. Habrá manifestación reivindicativa.
Llego a
la Puerta de
Purchena y a la estatua de Nicolás Salmerón comienzan a afluir los
manifestantes. Pocos lugares de España se vanaglorian de tener un republicano tan
presentable como Almería. Cuando un español achacoso del diecinueve salía
político sus humores se solidificaban en lo ético: es fama que Salmerón
renunció al cargo de presidente de la República , al mes y medio de su nombramiento,
porque no quería firmar unas sentencias de muerte. Sea esto verdad o tal vez no
se veía con facultades para enfrentarse a carlistas y cantonalistas, su figura
de político decente encandila a todo aquel que se acerca a la política desde el
lado del desengaño.
Decido
quedarme a ver que pasa; me atrae saber cómo será una marcha republicana en una
capital de provincias en pleno desbarajuste en la Familia Real. Leo en un cartel que la convocatoria es a la
una y, como quedan pocos minutos,
curioseo Paseo abajo aprovechando la sombra de los árboles. Es mediodía y el
sol empieza a picar. Los convocados afluyen sonrientes y vestidos con el
flácido uniforme casero de los domingos. Una de las más nobles formas de fraternidad
burguesa es solidarizarse con el clima. Mediado el Paseo, junto al Teatro
Cervantes, una pequeña banda de música toca la Bella ciao, canción de la resistencia
italiana cuyas alegres notas me convencen que la manifestación va a tener un
tono festivo. La banda se pone en marcha hacia el punto de encuentro,
recogiendo a los rezagados.
Ya
están todos junto a la estatua de Salmerón. Pero como veo que no arrancan, me
siento en la terraza de una cafetería cercana. En Almería, a estas horas y con
este tiempo, es pecado no aprovechar los pequeños placeres del aire libre. Aunque no sé si mi tapeo, una coca-cola con
media tostada de aceite y tomate, sería muy canónico en una III República de
trabajadores y trabajadoras con ciertos reparos a lo norteamericano. Desde mi
privilegiada posición veo cómo se va completando el grupo. Entre las banderas,
destacan las republicanas de diferentes tamaños; hay algunas del PC, de Izquierda
Unida y de varios sindicatos. Me fijo en las que pone USTEA. Pregunto y me
dicen que es un sindicato de enseñanza. ¿Se tratará de un grupo de educadores
arrepentidos del tuteo en las aulas y que quieren reformar la educación desde
un mayor cuidado de las formas entre profesor y alumno? Un posterior paso por
su página web no me saca de dudas, pero la retórica parece que no va por ahí. Las
indumentarias, ya he dicho, son cómodas y festivas; ni para tomar el Palacio de
Invierno ni para asaltar las poltronas de una consejería. Me choca el poco
perroflautismo y me maravilla la versión republicana de la camiseta de la
selección nacional de fútbol. Corona mural en el escudo y dominio lógico del
color morado. ¿Qué pensarán tantos periodistas que nos abruman con la Roja ? Precisamente con la Roja.
De este
ensimismamiento cromático me saca la charanga que toca el himno de Riego
mientras le colocan a Salmerón una bandera a modo de capa. Aplausos y comienzo
de la retahíla de eslóganes. Durante todo el recorrido predominará la consigna
antigua, y por tanto poco esperanzadora, “España, mañana, será republicana”.
Hay también referencias a Rajoy y su gobierno, a los desahucios y mucho lema
antimonárquico. Los Borbones tienen una rima muy fácil.
La
manifestación tarda en organizarse; mejor será comprobar su alcance a medio
camino. Doy un rodeo por las calles adyacentes y decido visitar la cercana
Iglesia de San Pedro. Allí se custodian dos joyas de la imaginería
contemporánea: María Santísima de Fe y Caridad, de Álvarez Duarte, y el grupo
de la Santa Cena ,
de Navarro Arteaga. Pero hay misa y no me gusta parecer un turista entre los
fieles. Desde el cancel, durante la comunión, me pregunto si los republicanos
no estarán cometiendo el mismo error que hace ochenta y dos años. ¿Es necesario
que el anticatolicismo sea consustancial al republicanismo en España? ¿La
cerrazón en los errores cometidos en el pasado no les hermana con el fanatismo
religioso que dicen combatir? No aprovechan la mala imagen que entre los
creyentes deben de tener algunos representares de la Corona con una lectura
caprichosa de los mandamientos sexto y séptimo. Y esta gente, ante mí tan
pacífica y ordenada, cuando se pone a defender lo suyo, se pone.
Regreso
al Paseo y la marcha muestra toda su dimensión. Como no pertenezco al
departamento de ojimetría de ningún periódico, no sé cuántos son los
manifestantes, ni si la proporción es alta con respecto a los habitantes de la
ciudad. Se lo dejo a los hermanos de la cofradía del Santo Ojo de Buen Cubero.
La casualidad hace que me encuentre la manifestación cuando su cabecera va a
pasar a lado de la sede del Partido Popular. De pronto, los portadores de la
pancarta se vuelven y señalando con el dedo al balcón con el rótulo del partido,
comienzan a corear “¡Ahí está, ahí está la cueva de Ali Babá!”. Pero se trata
de un paso rápido; no se quiere agriar en exceso la protesta. Nunca se sabe si
entre los pocos espectadores no saldrán algunos respondones y se líe. Todos
hacen lo mismo: llegan a la altura de la sede, señalan con el dedo, gritan y se
vuelve deprisa. Parece una jura de bandera.
El
espectáculo comienza a ser repetitivo tanto en la calzada como en las aceras. Apenas
hay comunicación entre ambas. La mayoría de los transeúntes se muestra
indiferente. Si acaso una mirada y una sonrisa, no se sabe si de conformidad o
de conmiseración. Y el proselitismo fuerte no era el fin de los prorrepública. Simplemente
hoy tocaba salir a la calle. Visualizar la musculatura del grupo. Pero sin
crispación.
Vuelvo
a dar un rodeo. Tras el Teatro Cervantes, en el acceso acristalado a una de las
galerías de los refugios de la
Guerra Civil hay una sorprendente
pintada que es una célebre frase terenciana sobre los amantes, sus peleas y la
reconciliación. Y en latín. Buen deseo para este día.
Se me echa
el tiempo encima. La manifestación ya dura demasiado y me tengo que ir. Comida
rápida y viaje de vuelta. En el trayecto hasta el coche voy reflexionando sobre
todo lo visto y deduzco que a pesar de la importancia de los desencadenantes,
no estoy ante un dramático hecho histórico. Ni siquiera provincialmente
histórico. Pena. Confieso que me hacía algo de ilusión.
Magnífica acuarela, amigo mío. Además de los lugares que usted cita, lugares que conozco, tanto por las visitas que hacía a mi familia residente en la ciudad, como a mi etapa de recluta en el campamento de Viator; etapa en la que la juventud te hacía patear lugares, y visitar veladores de cafeterías, en busca de la natural compañía femenina, sin demasiado éxito, claro.
ResponderEliminarEs de admirar en una manifestación de ese tipo, que el personal sea educado, y esté para lo que está (no sé si me explico), sin desviar en demasía la atención en otros puntos ajenos al espíritu de la manifestación.
Aquí, en Valencia, algunos mezclan churras con merinas, y me ponen mal cuerpo, porque entre las banderas republicanas, que en definitiva pretenden ser de España, siempre se cuela alguna estelada, separatista, y eso no me gusta.
Un saludo.
Muchas gracias, amigo. Estoy de acuerdo con usted: lo malo del republicanismo español son las juntas (cómo dicen en Almería).
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