miércoles, 17 de abril de 2013

Manifestación republicana en Almería y en domingo

Asuntos familiares me llevaron a Almería el pasado fin de semana. Es agradable Almería en primavera; el pastoso calor veraniego aún no lo aplasta todo y la luz tiene su punto justo de mar.

Viajar no significa sólo desplazarse de un sitio a otro con más o menos placer; es sobre todo la relajación de las rutinas. En mi caso, la pérdida del sentido de la actualidad. Así es normal que no caiga en que es domingo, 14 de abril, aniversario de la II República, hasta que, subiendo por la calle Obispo Orberá, a lo lejos, una bandera republicana me centre. Habrá manifestación reivindicativa.

Llego a la Puerta de Purchena y a la estatua de Nicolás Salmerón comienzan a afluir los manifestantes. Pocos lugares de España se vanaglorian de tener un republicano tan presentable como Almería. Cuando un español achacoso del diecinueve salía político sus humores se solidificaban en lo ético: es fama que Salmerón renunció al cargo de presidente de la República, al mes y medio de su nombramiento, porque no quería firmar unas sentencias de muerte. Sea esto verdad o tal vez no se veía con facultades para enfrentarse a carlistas y cantonalistas, su figura de político decente encandila a todo aquel que se acerca a la política desde el lado del desengaño.
 
Decido quedarme a ver que pasa; me atrae saber cómo será una marcha republicana en una capital de provincias en pleno desbarajuste en la Familia Real. Leo en un cartel que la convocatoria es a la una  y, como quedan pocos minutos, curioseo Paseo abajo aprovechando la sombra de los árboles. Es mediodía y el sol empieza a picar. Los convocados afluyen sonrientes y vestidos con el flácido uniforme casero de los domingos. Una de las más nobles formas de fraternidad burguesa es solidarizarse con el clima. Mediado el Paseo, junto al Teatro Cervantes, una pequeña banda de música toca la Bella ciao, canción de la resistencia italiana cuyas alegres notas me convencen que la manifestación va a tener un tono festivo. La banda se pone en marcha hacia el punto de encuentro, recogiendo a los rezagados.
 
 
Ya están todos junto a la estatua de Salmerón. Pero como veo que no arrancan, me siento en la terraza de una cafetería cercana. En Almería, a estas horas y con este tiempo, es pecado no aprovechar los pequeños placeres del aire libre.  Aunque no sé si mi tapeo, una coca-cola con media tostada de aceite y tomate, sería muy canónico en una III República de trabajadores y trabajadoras con ciertos reparos a lo norteamericano. Desde mi privilegiada posición veo cómo se va completando el grupo. Entre las banderas, destacan las republicanas de diferentes tamaños; hay algunas del PC, de Izquierda Unida y de varios sindicatos. Me fijo en las que pone USTEA. Pregunto y me dicen que es un sindicato de enseñanza. ¿Se tratará de un grupo de educadores arrepentidos del tuteo en las aulas y que quieren reformar la educación desde un mayor cuidado de las formas entre profesor y alumno? Un posterior paso por su página web no me saca de dudas, pero la retórica parece que no va por ahí. Las indumentarias, ya he dicho, son cómodas y festivas; ni para tomar el Palacio de Invierno ni para asaltar las poltronas de una consejería. Me choca el poco perroflautismo y me maravilla la versión republicana de la camiseta de la selección nacional de fútbol. Corona mural en el escudo y dominio lógico del color morado. ¿Qué pensarán tantos periodistas que nos abruman con la Roja? Precisamente con la Roja.

De este ensimismamiento cromático me saca la charanga que toca el himno de Riego mientras le colocan a Salmerón una bandera a modo de capa. Aplausos y comienzo de la retahíla de eslóganes. Durante todo el recorrido predominará la consigna antigua, y por tanto poco esperanzadora, “España, mañana, será republicana”. Hay también referencias a Rajoy y su gobierno, a los desahucios y mucho lema antimonárquico. Los Borbones tienen una rima muy fácil.

La manifestación tarda en organizarse; mejor será comprobar su alcance a medio camino. Doy un rodeo por las calles adyacentes y decido visitar la cercana Iglesia de San Pedro. Allí se custodian dos joyas de la imaginería contemporánea: María Santísima de Fe y Caridad, de Álvarez Duarte, y el grupo de la Santa Cena, de Navarro Arteaga. Pero hay misa y no me gusta parecer un turista entre los fieles. Desde el cancel, durante la comunión, me pregunto si los republicanos no estarán cometiendo el mismo error que hace ochenta y dos años. ¿Es necesario que el anticatolicismo sea consustancial al republicanismo en España? ¿La cerrazón en los errores cometidos en el pasado no les hermana con el fanatismo religioso que dicen combatir? No aprovechan la mala imagen que entre los creyentes deben de tener algunos representares de la Corona con una lectura caprichosa de los mandamientos sexto y séptimo. Y esta gente, ante mí tan pacífica y ordenada, cuando se pone a defender lo suyo, se pone.
 
 
Regreso al Paseo y la marcha muestra toda su dimensión. Como no pertenezco al departamento de ojimetría de ningún periódico, no sé cuántos son los manifestantes, ni si la proporción es alta con respecto a los habitantes de la ciudad. Se lo dejo a los hermanos de la cofradía del Santo Ojo de Buen Cubero. La casualidad hace que me encuentre la manifestación cuando su cabecera va a pasar a lado de la sede del Partido Popular. De pronto, los portadores de la pancarta se vuelven y señalando con el dedo al balcón con el rótulo del partido, comienzan a corear “¡Ahí está, ahí está la cueva de Ali Babá!”. Pero se trata de un paso rápido; no se quiere agriar en exceso la protesta. Nunca se sabe si entre los pocos espectadores no saldrán algunos respondones y se líe. Todos hacen lo mismo: llegan a la altura de la sede, señalan con el dedo, gritan y se vuelve deprisa. Parece una jura de bandera.

El espectáculo comienza a ser repetitivo tanto en la calzada como en las aceras. Apenas hay comunicación entre ambas. La mayoría de los transeúntes se muestra indiferente. Si acaso una mirada y una sonrisa, no se sabe si de conformidad o de conmiseración. Y el proselitismo fuerte no era el fin de los prorrepública. Simplemente hoy tocaba salir a la calle. Visualizar la musculatura del grupo. Pero sin crispación.

Vuelvo a dar un rodeo. Tras el Teatro Cervantes, en el acceso acristalado a una de las galerías de los refugios de la Guerra Civil hay una  sorprendente pintada que es una célebre frase terenciana sobre los amantes, sus peleas y la reconciliación. Y en latín. Buen deseo para este día.
 
 
Se me echa el tiempo encima. La manifestación ya dura demasiado y me tengo que ir. Comida rápida y viaje de vuelta. En el trayecto hasta el coche voy reflexionando sobre todo lo visto y deduzco que a pesar de la importancia de los desencadenantes, no estoy ante un dramático hecho histórico. Ni siquiera provincialmente histórico. Pena. Confieso que me hacía algo de ilusión.

2 comentarios:

  1. Magnífica acuarela, amigo mío. Además de los lugares que usted cita, lugares que conozco, tanto por las visitas que hacía a mi familia residente en la ciudad, como a mi etapa de recluta en el campamento de Viator; etapa en la que la juventud te hacía patear lugares, y visitar veladores de cafeterías, en busca de la natural compañía femenina, sin demasiado éxito, claro.
    Es de admirar en una manifestación de ese tipo, que el personal sea educado, y esté para lo que está (no sé si me explico), sin desviar en demasía la atención en otros puntos ajenos al espíritu de la manifestación.
    Aquí, en Valencia, algunos mezclan churras con merinas, y me ponen mal cuerpo, porque entre las banderas republicanas, que en definitiva pretenden ser de España, siempre se cuela alguna estelada, separatista, y eso no me gusta.
    Un saludo.

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  2. Muchas gracias, amigo. Estoy de acuerdo con usted: lo malo del republicanismo español son las juntas (cómo dicen en Almería).

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