jueves, 6 de junio de 2013

Mourinho y yo


Hoy, en el día del adiós de Mourinho, vuelvo la mirada atrás, a aquel final de mayo de 2010, y lo único que recuerdo es la cara de circunstancias de Valdano en la presentación del portugués.  Nadie me emocionaba: ni el nuevo entrenador ni los fichajes estrellas de Özil y Khedira. Aún me duraba el cabreo por la destitución de Pellegrini.
 
Yo, tengo que confesarlo cuanto antes, soy un defensor decidido del Madrid de Juande y del Madrid de Pellegrini. A pesar de chorreos, nanines y alcorconazos, el equipo en Liga nunca le volvió la cara a un Barcelona con traza de eternidad. Llegó a la última playa y los culés tuvieron que arrancarle el trofeo de las manos, felicitándose porque el caído yacía exhausto en la arena. Una plantilla de musculatura cascada que se mantenía en pie por la inercia que señala el escudo. Por eso le abrumaba los torneos por eliminatorias: no hay nada peor para un boxeador aturdido que dejarle unos segundos para pensar.  Era el Madrid un Juggernaut para partido de homenaje.  Aquellos hombres, machihembrado de la decadencia de Ramón Calderón y del cortejo estelar de segunda venida de Florentino, llegaron hasta donde tenían que llegar. Nunca me sentí más despegado del club y nunca me sentí más orgulloso de los jugadores. Así, de los jugadores, en bloque, sin distinciones. Raro que es uno.

Y allí estaba el coro de periodistas histéricos para arrasar cualquier atisbo de cimiento sobre el que construir. El punto más débil, que siempre es el entrenador se llame Juan Ramón López Caro o José Mário dos Santos Mourinho Félix. Todo para apuntalar el ovejuno rumiar de pipas, atento al edredón y a la cubertería, como tricoteuses que saben quién manda en la guillotina. Portadas que se ciscan en cualquier tipo objetividad y recato. Artículos que eran caricaturas vulgares del No es esto, no es esto orteguiano.  La apoteosis en colorines del intelectual colectivo. Así, seré por una vez tajante y altivo, el mourinhista lo es de verdad si antes ha sido pellegrinista. Juande y Pellegrini, huérfanos de los madridistas de la grada, del palco o del teclado, estuvieron mucho más expuestos a la tramontana del Barça triunfant.

Mourinho venía a subvertir el dominio blaugrana. Acababa de arrebatarle al Pep una champions y arañar la máscara de la humilitat en la noche de los aspersores. Receptor del odio culé y ganador nato. No era poco para entusiasmar al madridismo. Pero yo seguía tan indiferente como ahora lo estoy a la espera de su sustituto.

Los comienzos fueron titubeantes, pero el Madrid llegó al Clásico un punto por encima del adversario. 5-0, a Mou le sobrevino la realidad. En construcción o en conmoción, el club necesitaba otro rumbo. Y se lo dio el entrenador desde la inmediata rueda de prensa. Aceptó la derrota como la más abultada de su carrera, no admitió la humillación y, como único modo de acabar con el equipo de Guardiola, adoptó la presión alta: en el campo, con Pepe tirando la defensa quince metros más arriba, y fuera del campo, con Valdano… Pero Valdano no estaba para empujes. A Mou le dijeron que tenía que hacerlo todo, sobre el césped o sobre la moqueta. Es ya legendaria aquella rueda de prensa con el papel de los trece errores de Clos Gómez. Y también él dejó bien claro que no quería portavoces contra la única voz del club.

Entonces, los creadores del villaratos, platinatos y otros cocidos maragatos se asustaron. Mourinho daba la caña que ellos pedían, pero no aceptaba interferencias y nadie le marcaba la agenda. Puede que hubiera un tiempo donde el periodista deportivo fuera el representante de esa bendita profesión para cantar y contar las verdades del barquero; hoy, salvo honrosas excepciones, no hay más que tertulianos, de pantalla o de papel, que vocean filias y fobias al amor del último asador de moda. Y es aquí cuando la figura de Mourinho, perseguida hasta la salita de estar, se eleva sobre la de sus predecesores y adquiere tintes fordianos. Los que nos hemos emocionado con la fiereza apesadumbrada de Ethan Edwards y la gloria silenciada de Tom Doniphon, lo hicimos uno de los nuestros.

Diligente y excesivo, pasional y meritocrático, Mourinho nos metió en un vértigo donde en tres temporadas todo (Guardiola, Valdano, Casillas, el balón de oro, los porqués, la liga de los records, el dedazo, el señorío, el modelo inglés…), todo voló por los aires. Unas cosas han caído de pie, otras de nalgas; unos piden auxilio, otros están espachurrados sin remisión. Nada será igual tras la estancia del portugués en el banquillo de Madrid. Algunos dicen que como Atila, no crecerá la hierba tras su paso. Lo que se ha acabado es el mamoneo: liberados de las cadenas de mourinhismo, jugadores, aficionados y periodistas deberán demostrar que la vida sin Mou es superior. Los que juegan, ganando más y mejor; los que apoyan, animando (y aplaudiendo, a ser posible a los que visten de blanco), y los que opinan, juzgando transidos de señorío.

No sabemos si el entrenador que venga terminará mitificando a Mou o lo desterrará de nuestra memoria; lo que está por ver es que nos saque mejor prosa.

3 comentarios:

  1. Mourinho no sólo ha retratado para la posteridad a una prensa envilecida si no que ha dejado la fotografía fija de una sociedad donde la meritocracia está mal vista y el status adquirido y el derecho de pernada marcan la pauta habitual y el discurrir de los dias.

    El mourinhismo es algo más que la admiración hacia un entrenador; es una forma de entender la vida.

    Ir de frente y por derecho,decir lo que se piensa,enarbolar la sinceridad aun a riesgo de ganarse enemigos,premiar la meritocracia, despreciar los vicios adquiridos por la "casta" dominante -ya sean vacas sagradas de un vestuario o periodistas de mantel-, luchar por la equidad,lajusticia y el igual trato...

    Mou se va,pero el mourinhismo queda.

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  2. AÑADIR UNA SOLA COMA A LAS SABIAS PALABRAS DE NATALIA SERÍA UNA IMPERDONABLE TORPEZA. NO OBSTANTE, OS INVITO A DAR UN PASEO POR...
    http://misantrolimpia.blogspot.com.es/2013/05/los-heterodoxos.html

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